La “hipotesis de la simulación” es una versión con microprocesadores de lo que, en El mundo como voluntad y representación Schopenhauer llamó “egoísmo teórico”.
En una divertida
plática con Joe
Rogan, Elon Musk sugirió la posibilidad de que vivimos en una simulación por
computadora. “Si aceptamos que hay avance tecnológico, tenemos dos
posibilidades: los juegos serán indistinguibles de la realidad o la
civilización se terminará. Por lo tanto, porque existimos, es muy probable que
estemos en una simulación”, dijo Musk.
Esta idea de la
simulación se popularizó con el estreno de la película Matrix en 1999 aunque,
décadas antes, ya circulaba en escritos de ciencia ficción y, de alguna forma,
su esencia está presente en textos filosóficos escritos hace cientos de años,
aunque claro, sin el elemento de la “simulación por computadora”, que fue
técnicamente posible apenas hace unas décadas.
Sin embargo, fue
en 2003 que la “hipótesis de la simulación” se volvió una discusión
entre filósofos
y científicos. Ese año, Nick Bostrom publicó un artículo titulado
“Are you living in a computer simulation?” (¿Vives en una simulación por
computadora?) En él, Bostrom plantea lo siguiente: “si hubiera una posibilidad
de que nuestra civilización llegue a la etapa posthumana y ejecutara muchas
simulaciones de sus antepasados, entonces, ¿cómo es que no estás viviendo en
tal simulación?” En seguida, Bostrom asegura que al menos una de las siguientes
preposiciones es verdadera:
es muy probable que la especie humana se extinga antes
de alcanzar una etapa “posthumana”.
es extremadamente improbable que cualquier
civilización posthumana ejecute un número significativo de simulaciones de su
historia evolutiva (o variaciones de esta).
es casi seguro que estamos viviendo en una simulación
por computadora.
Así,
las posibilidades son: 1) nos extinguimos; 2) no nos interesa simular nada; 3) vivimos
en una simulación. Una de las implicaciones de que la preposición 3 sea
verdadera, dice Bostrom, es que el universo conocido sería sólo una pequeña
parte de la existencia física total, pues habría otra existencia física fuera
de nuestra simulación, es decir, la realidad de nuestros “creadores”. Otra
implicación es que las civilizaciones simuladas (entre ellas la nuestra) podrían,
a su vez, hacer simulaciones de sus antepasados; lo que implicaría,
básicamente, que esa civilización simulada sería, la simulación de otra
civilización y así, hasta el infinito. Es decir, nuestra “realidad” sería sólo
una entre una serie interminable de simulaciones: civilizaciones virtuales,
simulando un pasado que, a su vez, simula su pasado…
Y dado que nuestra realidad sería sólo una dentro de un número infinito de simulaciones: ¿alguno de nosotros está, en verdad, pensando? ¿existe un “yo” y un “nosotros”? En última instancia, la computadora que sostiene todas esas simulaciones sería la única capaz de cuestionarse su existencia; esa computadora sería la única “verdaderamente” capaz de poner en duda la realidad exterior a ella. Al final, esa computadora tendría las mismas dudas que algunos filósofos tuvieron a propósito de la realidad de su cuerpo y la fantasía del mundo exterior; y esta duda, en cualquier caso, es imposible de comprobar empíricamente pues una fantasía tal da pie a imaginar cualquier locura: de esta manera la “hipótesis de la simulación” no tiene relevancia alguna más que como una curiosidad teórica muy entretenida.
La “hipotesis de la simulación” es una versión con microprocesadores de lo que, en El mundo como voluntad y representación Schopenhauer llamó “egoísmo teórico” y que consiste en “tomar por fantasmas todos los fenómenos salvo el propio cuerpo”. Y dado que el egoísmo teórico y la “hipótesis de la simulación” no son rebatibles mediante pruebas, lo único que nos queda es tomarlas por ilusiones, como una curiosa fuente de inspiración para nuestra imaginación y fantasías en una plática divertida con amigos. Sin embargo, al que tome como convicción ese egoísmo teórico representado por la “hipótesis de la simulación”, diría Schopenhauer, no le hace falta tanto una prueba de su error, cuanto un tratamiento en el manicomio.
*Josué Molina es director de contenido de Cuatro Cero.
En una divertida plática con Joe Rogan, Elon Musk sugirió la posibilidad de que vivimos en una simulación por computadora. “Si aceptamos que hay avance tecnológico, tenemos dos posibilidades: los juegos serán indistinguibles de la realidad o la civilización se terminará. Por lo tanto, porque existimos, es muy probable que estemos en una simulación”, dijo Musk.
Esta idea de la simulación se popularizó con el estreno de la película Matrix en 1999 aunque, décadas antes, ya circulaba en escritos de ciencia ficción y, de alguna forma, su esencia está presente en textos filosóficos escritos hace cientos de años, aunque claro, sin el elemento de la “simulación por computadora”, que fue técnicamente posible apenas hace unas décadas.
Sin embargo, fue en 2003 que la “hipótesis de la simulación” se volvió una discusión entre filósofos y científicos. Ese año, Nick Bostrom publicó un artículo titulado “Are you living in a computer simulation?” (¿Vives en una simulación por computadora?) En él, Bostrom plantea lo siguiente: “si hubiera una posibilidad de que nuestra civilización llegue a la etapa posthumana y ejecutara muchas simulaciones de sus antepasados, entonces, ¿cómo es que no estás viviendo en tal simulación?” En seguida, Bostrom asegura que al menos una de las siguientes preposiciones es verdadera:
Así, las posibilidades son: 1) nos extinguimos; 2) no nos interesa simular nada; 3) vivimos en una simulación. Una de las implicaciones de que la preposición 3 sea verdadera, dice Bostrom, es que el universo conocido sería sólo una pequeña parte de la existencia física total, pues habría otra existencia física fuera de nuestra simulación, es decir, la realidad de nuestros “creadores”. Otra implicación es que las civilizaciones simuladas (entre ellas la nuestra) podrían, a su vez, hacer simulaciones de sus antepasados; lo que implicaría, básicamente, que esa civilización simulada sería, la simulación de otra civilización y así, hasta el infinito. Es decir, nuestra “realidad” sería sólo una entre una serie interminable de simulaciones: civilizaciones virtuales, simulando un pasado que, a su vez, simula su pasado…
Y dado que nuestra realidad sería sólo una dentro de un número infinito de simulaciones: ¿alguno de nosotros está, en verdad, pensando? ¿existe un “yo” y un “nosotros”? En última instancia, la computadora que sostiene todas esas simulaciones sería la única capaz de cuestionarse su existencia; esa computadora sería la única “verdaderamente” capaz de poner en duda la realidad exterior a ella. Al final, esa computadora tendría las mismas dudas que algunos filósofos tuvieron a propósito de la realidad de su cuerpo y la fantasía del mundo exterior; y esta duda, en cualquier caso, es imposible de comprobar empíricamente pues una fantasía tal da pie a imaginar cualquier locura: de esta manera la “hipótesis de la simulación” no tiene relevancia alguna más que como una curiosidad teórica muy entretenida.
La “hipotesis de la simulación” es una versión con microprocesadores de lo que, en El mundo como voluntad y representación Schopenhauer llamó “egoísmo teórico” y que consiste en “tomar por fantasmas todos los fenómenos salvo el propio cuerpo”. Y dado que el egoísmo teórico y la “hipótesis de la simulación” no son rebatibles mediante pruebas, lo único que nos queda es tomarlas por ilusiones, como una curiosa fuente de inspiración para nuestra imaginación y fantasías en una plática divertida con amigos. Sin embargo, al que tome como convicción ese egoísmo teórico representado por la “hipótesis de la simulación”, diría Schopenhauer, no le hace falta tanto una prueba de su error, cuanto un tratamiento en el manicomio.
*Josué Molina es director de contenido de Cuatro Cero.
*instagram: @josue.yml
*twitter: @josueyml
*Imagen de UNITY.
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